viernes, 3 de septiembre de 2010

La Teoría Final

El pecado no consiste tanto en saber
(a este respecto todo el mundo es inocente)
 como en desear saber.

Albert Camus

 Dice Ludwig Wittgenstein que “en toda la visión moderna del mundo subsiste el espejismo de que las llamadas leyes de la naturaleza son explicaciones de los fenómenos de la naturaleza.” Y es posiblemente esta visión la que ha llevado a pensar en la existencia futura de una única Ley que explique cuanto sucede en la naturaleza. Por su parte, Steven Weinberg apunta que “lo más que podemos esperar para la ciencia es que seamos capaces de rastrear las explicaciones de todos los fenómenos naturales hasta leyes finales y accidentes históricos”; lo cual ya sería bastante, por no decir demasiado.

El mismo Weinberg afirma que de vez en cuando, las abstracciones matemáticas, los datos experimentales y la intuición física convergen en una teoría precisa sobre las partículas, los campos y las simetrías. Y agrega: “Nuestras teorías actuales son de validez limitada, provisionales e incompletas, pero tras ellas observamos, aquí y allá, retazos de una teoría final que sería de validez ilimitada y enteramente satisfactoria en su perfección y consistencia.” Explica que esta teoría final será final en un solo sentido: supondría el fin para cierto tipo de ciencia, la vieja búsqueda de aquellos principios que no pueden ser explicados en términos de principios más profundos. En buena medida, esta teoría nos acercaría al reino de la utopía científica, por llamarla de algún modo, en donde hay una sola respuesta a todas las preguntas existentes y posibles. Y aunque se prevé que pueda tener semejanza con las actuales teorías de cuerdas, lo cierto es que muchas de las explicaciones, acerca de por qué el universo es como es y no de otra forma,  llegarán a lo que se conoce como el principio antrópico, que afirma que las leyes de la naturaleza deberían permitir la existencia de seres inteligentes que puedan preguntar sobre las leyes de la naturaleza. La idea de un principio antrópico comenzó con la observación de que las leyes de la naturaleza parecen sorprendentemente bien ajustadas para la existencia de la vida. Al igual que en la interpretación de los muchos mundos de la mecánica cuántica, la función de onda del universo se divide en un gran número de términos, en cada uno de los cuales las constantes de la naturaleza toman valores diferentes. En cualquier teoría de este tipo, resulta de simple sentido común el que nos encontremos en una región del espacio o en una época de la historia cósmica o en un término de la función de onda en el que las constantes de la naturaleza resulten tener valores favorables a la existencia de la vida inteligente.

Este optimismo tiene su origen, principalmente, en el estudio de las llamadas partículas elementales y de la mecánica cuántica. Los científicos que trabajan en estos campos están convencidos de que actualmente la ciencia se acerca al punto en que todas las explicaciones convergen. Y aseguran que si existe algo en nuestra comprensión actual de la naturaleza que es probable que sobreviva en una teoría final, ese algo es la mecánica cuántica. A pesar de que todo el mundo está de acuerdo en cómo utilizar la mecánica cuántica, existen serias discrepancias sobre lo que estamos haciendo cuando la utilizamos. A pesar de ello, decíamos, la importancia histórica de la mecánica cuántica no reside en el hecho de que proporciona respuesta a gran número de viejas preguntas acerca de la naturaleza de la materia; mucho más importante es que cambió nuestra idea de las preguntas que podemos plantear. Se empieza ya a sospechar que todas las cuestiones profundas sobre el significado de una medición son realmente cuestiones vacías, a las que nos obliga nuestro lenguaje que evolucionó en un mundo gobernado muy aproximadamente por la física clásica.

Pero volviendo al tema de la posibilidad de una teoría final, podemos afirmar que probablemente no sabremos las preguntas correctas hasta que estemos cerca de saber las respuestas. Sería inadmisible para nuestras teorías tratar con elementos que, en principio, no pudieran ser nunca observados. Pero ¿cómo podemos tener esperanzas de construir una teoría basada en observables cuando ningún aspecto de nuestra experiencia, quizá ni siquiera el espacio y el tiempo, aparecen en el nivel más fundamental de nuestras teorías? La naturaleza, tal como la conocemos, representa sólo una solución de todas las ecuaciones del modelo estándar, y no supone ninguna diferencia qué solución sea con tal de que todas las diferentes soluciones estén relacionadas mediante principios de simetría exacta.

Es difícil imaginar que podamos estar alguna vez en posesión de principios físicos finales que no tengan explicación en términos de principios más profundos. En una teoría lógicamente independiente cualquier constante de la naturaleza podría calcularse a partir de primeros principios; un pequeño cambio en el valor de cualquier constante destruiría la consistencia de la teoría. La teoría final sería como una pieza de porcelana fina que no puede deformarse sin hacerse añicos. Aunque podamos seguir sin saber por qué la teoría final es verdadera, sabríamos, sobre la base de la matemática y la lógica puras, por qué la verdad no es ligeramente diferente. Todas las posibilidades podrían realizarse como consecuencia de alguna teoría realmente fundamental como la cosmología cuántica, pero esto aún nos dejaría con el problema de comprender por qué la teoría fundamental es la que es. Como una posibilidad extrema, es posible que sólo haya una teoría lógicamente independiente, sin ninguna constante sin determinar, que sea compatible con la existencia de seres inteligentes capaces de maravillarse con la teoría final. Si pudiera demostrarse esto, entonces estaríamos lo más cerca que se pudiera esperar de una explicación satisfactoria de por qué el mundo es como es.

viernes, 19 de febrero de 2010

Tiempo, cuentas y cuentos

Hay una cosa que se llama
tiempo, Rocamadour, es como
un bicho que anda y anda
.
JULIO CORTÁZAR
“RAYUELA”

¿Qué es el tiempo?
No hay respuesta para el tiempo,
estamos en él y asistimos, nada más.

JOSÉ SARAMAGO

    Como bien decía San Agustín, sabemos qué es el tiempo mientras nadie nos cuestione acerca del mismo. No podemos hablar sin hacer uso de expresiones relacionadas con el tiempo, y esto parece no causarnos ningún problema; sin embargo, en cuanto tratamos de explicarlo, no atinamos a dar una respuesta satisfactoria o, al menos, clara. Trataremos aquí de hacer un breve recorrido por algunas de las ideas principales que existen con respecto a este tema.

    Comenzaremos por las tesis del propio San Agustín, que ya en el siglo IV afirmaba que había tres tiempos, a saber: presente del pasado (la memoria), presente del presente (la visión), y presente del futuro (la espera). Considerando la medición del tiempo como una de sus características más notables, se cuestiona ¿cómo lo medimos si no tiene espacio?, afirmando al mismo tiempo que se le mide cuando está pasando, pues de otro modo no sería posible:

Mas ¿dónde y por dónde y hacia dónde pasa cuando se le mide? ¿De dónde más que del futuro? ¿Por dónde más que por el presente? ¿Hacia dónde más que hacia el pasado? Pasa, por consiguiente, de lo que todavía no es, por lo que carece de espacio, a lo que ya no es.

    Basándose en que lo único que existe es el presente (y por lo tanto, lo único que  puede tener duración), pues el futuro aún no es y el pasado ya no es, nos dice que un futuro largo es una larga espera del futuro; del mismo modo que un pasado largo es una larga memoria del pasado. De este modo, al ejecutar nosotros una acción, ésta comienza siendo una espera, hasta el momento en que se inicia y, a partir de ahí, la espera disminuye mientras crece la memoria, hasta que se agota del todo la espera cuando la acción termina por completo y pasa toda a la memoria. Así, el presente (y por consiguiente el tiempo real), vendría a ser una especie de “zona de transición” en donde el futuro se convierte en pasado, pudiéndolo conceptualizar como una intersección geométrica entre las líneas (¿planos?) del pasado y el futuro, no teniendo existencia más que en función de éstos y gracias a éstos que, por otra parte, no existen más que como categorías mentales (memoria y espera). ¿Dónde queda entonces la duración del tiempo y su medida, tan familiar a todos nosotros?

    Según Bergson tenemos una experiencia íntima y directa de la duración, siendo ésta, incluso, un antecedente inmediato de la conciencia; el presente es una nada pura que ni siquiera logra separar realmente el pasado y el porvenir. Bergson defiende un tiempo continuo en donde la duración es la única realidad, y en el que todas las acciones son llevadas a cabo.

    Sin embargo, Roupnel, y posteriormente Bachelard, defienden la idea de que el tiempo sólo tiene una realidad: la del instante. Siendo ésta una realidad afianzada en el instante y suspendida entre dos nadas. Así, el tiempo deja de ser un ente continuo y pasa a manifestarse, discontinuamente, a través de instantes. Roupnel nos dice que “hay una identidad absoluta entre el sentimiento del presente y el sentimiento de la vida”. De este modo, el ser se traslada de instante en instante, sin llevar ninguno consigo mas utilizándolos a todos, en una estricta y exhaustiva secuencia.

    Este instante no tiene duración en sí mismo, y tendría su equivalente geométrico en el punto adimensional que, sin embargo, es capaz de agruparse formando líneas susceptibles de medición. Siguiendo esta analogía, la duración del tiempo sólo tendría sentido en un contexto estadístico, compuesta de conjuntos de instantes sin duración. Del mismo modo, el intervalo entre dos instantes es sólo un intervalo de probabilidad (no de tiempo, pues no se puede medir la nada existente entre ellos): cuanto más se alarga, hay mayor probabilidad de que venga un instante a terminarlo.

    En este contexto, el concepto de “siempre” pasaría a ser sustituido por el de “todas las veces”; el pasado viene a ser un hábito por medio del cual el ser se repite en cada instante para no perder su identidad; y el futuro  (la duración continua) sólo tiene sentido si existe progreso estético o moral.

    Resta la postura de la física que, a pesar de la relatividad y de la posibilidad de viajar en el tiempo, viene a ser la más sencilla. Al ser la ciencia una disciplina creadora de modelos que puedan explicar satisfactoriamente los sucesos del mundo, el concepto de tiempo no tiene por qué ajustarse a la realidad en cuanto tal sino, más bien, comportarse de una manera ideal para poder estudiarlo y relacionarlo con otros conceptos. El comportamiento ideal difiere del verdadero sólo en grado, no en especie, constituyendo así un modelo manejable.

    De este modo, el tiempo sólo tiene sentido en la medida en que sucedan cosas que nos permitan notar que el tiempo ha transcurrido. Los sucesos quedan así ordenados en una sucesión sobre un tiempo unidimensional, más no por ello irreversible. Estrictamente, no hay evidencia en las leyes del movimiento, mecánicas o electromagnéticas, que nos impidan hablar de un tiempo reversible. La única evidencia física es un concepto llamado entropía, y que tiene que ver con el desorden existente en el universo: conforme pasa el tiempo, la entropía del universo aumenta, manifestándose, entre otras formas, en la expansión y separación de las galaxias.


Medición del Tiempo
La vida es breve, el arte vasto,
la oración instantánea y
el experimento incierto.

UMBERTO ECO

    Dejando a un lado las diferentes consideraciones con respecto a la naturaleza del tiempo, no escapa a nuestro entendimiento que es necesario coincidir en una forma de medir su duración. En este sentido, el segundo es la unidad aceptada internacionalmente como medida de tiempo. Pero, ahora surge una nueva pregunta: ¿cuánto dura un segundo y cómo se determina? En un principio, se utilizó un segundo solar, basado en el movimiento de la tierra alrededor del sol. Así, el segundo solar medio fue definido como la fracción 1/86,400 de un día solar medio, que a su vez era un promedio de la duración de los días en un año llamado tropical (el tiempo entre dos equinoccios primaverales sucesivos).

    Pero este segundo solar, debido a las características cambiantes del movimiento terrestre, dejó su lugar para dar paso a un segundo basado el la radiación electromagnética; concretamente, la emitida por el cesio 133. El tren de ondas proporciona una serie natural de sucesos (crestas, valles, etc.) regulares. Así, el segundo se definió como la duración de 9,192’631,770 periodos de radiación del cesio.

    En lo que se refiere a medidas de tiempo más largas, el patrón de tiempo varía enormemente. Como ejemplo baste mencionar que para los hindúes, la unidad de medida del ciclo más pequeño es el yuga o edad. Un yuga está dividido en una aurora y un crepúsculo que enlazan las edades entre sí. Un ciclo completo, o mahayuga, se compone de cuatro edades de duración desigual, de las cuales la más larga se encuentra al principio del ciclo y las más corta al final. Así, la primera edad o Kritayuga dura 4,000 años, la tretayuga dura 3,000 años, la dvaparayuga dura 2,000 años y la Kaliyuga sólo 1,000 años. Por consiguiente, un mahayuga dura 12,000 años. si cada uno de estos mahayugas se considera como un año divino, tenemos que para un ciclo cósmico completo (con 360 años divinos) son necesarios 4’320,000 años. Un millar de mahayugas constituyen un kalpa; 14 kalpas hacen un manvantara, que vendría a ser algo así como una semana en la vida de Brahma, para el que cada kalpa es un día o una noche.

La cuenta que llevamos, y que está por llegar al 2000, se inició en el siglo VI, cuando, hacia el año 525, el papa Juan I le encargó a Dionisio el Exiguo la tarea de calcular el día en que se debía festejar la Pascua de Resurrección el año siguiente. En ese entonces, los años no se contaban como ahora, sino a partir de la coronación del emperador Diocleciano. El primer anni Diocletiani corresponde al 284 de la era cristiana. Dionisio no estaba de acuerdo con contar los años así porque reconocía en la figura de Diocleciano a un emperador anticatólico. Entonces, confeccionó las tablas pascuales contando los años desde el momento en que él creía había nacido Cristo. Fue el primer antecedente de lo que con el tiempo se difundiría en gran parte del globo: la era cristiana. Por aquellas épocas, en Europa se utilizaban los números romanos, que no incluyen el cero ni el sistema posicional que hoy manejamos. Así, la cuenta comenzó con el año 1, y Cristo debió cumplir su primer año hasta el año 2; aunque los estudios más recientes dicen que Cristo debió nacer entre el año 4 y 6 antes de Cristo. Sólo hasta el año 825, tres siglos después, un matemático árabe de nombre Mohamed ibn Al Khwuarizmi, en un libro titulado “Algoritmi de numero indorum” introdujo el concepto (tomado de la cultura hindú) del sunya, el vacío o cero.

En lo que respecta al calendario, ya en el año 2780 antes de Jesucristo, los sacerdotes egipcios crearon un calendario solar de 365 días, dividido en doce meses con cinco días sobrantes que consideraban festivos. Posteriormente, los griegos hicieron uso de los conocimientos astronómicos vigentes en la Edad de Bronce para regirse con un calendario también de 365 días. Este mismo calendario fue adoptado en Roma, pero los sumos sacerdotes lo manipulaban de acuerdo a intereses particulares y al final fue distorsionado en su relación con el tiempo real. Cuando en el año 46 antes de Jesucristo Julio César se dio a la tarea de reformar el calendario, tuvo necesidad de añadir tres meses para que las estaciones volvieran a coincidir con las fechas.

La reforma juliana se basaba únicamente en el sol y no guardaba relación alguna con las fases de la luna. Tenía 365 días, con un día adicional que se añadía cada cuatro años. No obstante, al paso de los años el calendario juliano demostró cierta inexactitud. En el siglo XVI llevaba un retraso de diez días respecto a las estaciones y eso llevó al papa Gregorio XIII a ordenar nueva revisión. Para realizar la corrección requerida, era necesario descontar diez días al año y reducir la duración media del año. La reforma se dio a conocer el 24 de febrero de 1582, aunque se llevó a efecto a partir del cuatro de octubre de ese mismo año, día al cual siguió el viernes 15 debido a la eliminación de los diez días sobrantes.

Antes de la reforma, todos los años que marcaban un siglo se consideraban bisiestos. Después de la corrección hecha por el papa Gregorio XIII, sólo eran bisiestos cuando eran divisibles entre cuatro. El resultado es un calendario más aproximado al año solar por la eliminación de tres años bisiestos cada cuatro siglos. El margen de error del calendario gregoriano es, pues, de un día cada 3,333 años.


Principio y fin del tiempo
Si el tiempo nos espanta es
porque hace la demostración;
la solución viene luego.

ALBERT CAMUS

    En la mayor parte de las sociedades primitivas, el “Año Nuevo” equivale al levantamiento del tabú de la nueva cosecha; es decir, cuando se proclama que es comestible e inofensiva para toda la comunidad. Aunque hace ya mucho que dejamos de ser una comunidad agrícola, en todas partes existe aún una concepción cíclica del tiempo, de la existencia de un inicio y una terminación de períodos temporales. Estos ciclos, aunque están basados en las observaciones de los ritmos biocósmicos en general, se encuadran en un marco cultural mayor, el de las purificaciones periódicas y la regeneración, también periódica, de la vida.

    Estas prácticas culturales tienen por objeto abolir el tiempo transcurrido, restaurar el caos primordial y repetir el acto cosmogónico. Así, mediante la repetición del acto de la creación se regresa al momento en que tanto el mundo como el tiempo fueron creado. Haciendo coincidir el “instante mítico” y el “momento actual”, se pretende abolir el tiempo profano, anulando así los errores y pecados (alejamientos del arquetipo) que producen sufrimiento para empezar de nuevo. Esto trae consigo la posibilidad de la regeneración continua del mundo y el acceso a la eternidad. En lo que se refiere a restaurar el caos primordial, existente antes de la creación, los intentos generalmente se encausan a la celebración de orgías, bacanales, y cualquier fiesta que suponga excesos.

    Al conferir al tiempo una dirección cíclica, se anula su irreversibilidad. Todo puede recomenzar por su principio. El pasado pasa a ser sólo un prefiguración del futuro. El tiempo se limita a hacer posible la aparición y la existencia de las cosas. No tiene ninguna influencia decisiva sobre esta existencia, puesto que también él se regenera sin cesar. La repetición del tiempo tiene el sentido de conferir realidad a los acontecimientos.


Iván Camacho Anguiano
31 de diciembre de 1999


TOLLE, LEGE:

El tiempo es mío, 
y la vida de un hombre ¿qué es? Un soplo.
Hamlet

¿Dios mismo comenzó jamás? 
¿Dios mismo empieza siempre?
Nietzsche

De los tiempos todos, 
el más fugaz es el de la pasión.
José Saramago

Millones de horas en el mismo sitio, 
rompedoras y amargas como tenacidad de gotas.
Pablo Neruda

Estamos comprimidos en un instante.
Francisco Rebolledo

Por espacio de un instante, por espacio de cinco copos.
Günter Grass

Proporciono a cada instante la opción de destruirme.
Emil M. Cioran

Un diminuto instante, inmenso en el vivir.
Silvio Rodríguez.

A punto de ser, 
durante el instante de un instante, 
aún no soy lo que se aniquila.
Jean Lescure

No es la eternidad pero es el instante que, 
después de todo, es su único sucedáneo verdadero.
Mario Benedetti

La eternidad, cuya despedazada 
copia es el tiempo.
J. L. Borges

Vivir es perder tiempo: 
nada podemos recobrar o guardar 
sino bajo la forma de eternidad.
Jorge Santayana

La eternidad brama en torno nuestro.
Nietzsche

... y si un día ¿por qué no la eternidad?
John Milton

Divago, crío eternidades mías 
en un opio de memoria y de abandono.
Fernando Pessoa

¿Qué son tus náuseas de infinito 
y tu ambición de eternidad?
Vicente Huidobro

La eternidad es sólo un truco para continuar.
Silvio Rodríguez

La eternidad es sólo un instante 
lo suficientemente largo para una broma.
Hermann Hesse

La última eternidad encontrará 
en la primera su alma gemela.
Biffé

Todo pasa, lo efímero es eterno.
Manuel Ponce

Para siempre es siempre demasiado tiempo.
José Saramago

Los lustros no dan lustre.
Mario Benedetti

La vida es una resistencia efímera.
Alejandro Dolina

¿Para qué soy si para siempre dejaré de serlo?
Elías Nandino

sábado, 13 de febrero de 2010

Sin lugar a dudas

Hoy tras haber recorrido juntos mudanzas, ciudades, tesis, escuelas, nacimientos, decisiones, cambios de rumbo, amigos, familias, obstáculos, libros, gatos, sustos, trufas, azahares, paisajes, boletas, partidos, recitales, reportes, regalías, planes, visitas, templos, agendas, besos, medicinas, madrugadas, cafeína, películas, canciones, ritos, viajes y más de 500 noches…

Puedo y quiero decirte que te amo sin lugar a dudas.
Te amo más que en el principio, no porque en el principio fuera poco.
Te amo en el reloj que se cumple cada mañana, en la hora del inicio y de las dudas.
Te amo en los desvelos de la fiebre, los espasmos y la incertidumbre; cuando la paternidad-maternidad nos confronta y nos exige.
Te amo también en esos otros desvelos, los de la piel, las caricias y las miradas.
Te amo en las risas que inundan nuestra casa y se quedan colgadas de las ventanas, para que los amaneceres sonrían.
Te amo en las limitaciones quincenales, en la estrechez de los números que prometen más.
Te amo en las horas del aula, imprecisas y maravillosas; cuando salgo a sembrar sueños, dudas e inquietudes.
Te amo en cada pisada silenciosa, en cada par de orejas puntiagudas, en cada mirada en las sombras; cuando cada maullido lleva tu nombre.
Te amo en los ratos de corbata y zapatos uva; cuando hay que sonreír y bailar y posar.
Te amo en la redonda magia que sabe a cacao, impregnada de esperanzas.
Te amo desde dos pares ojos: similares, demandantes, confiados, compartidos.
Te amo desde el fondo de una taza, cuando el aroma te lleva mi cariño disfrazado de café.
Te amo en el sueño y la promesa de una vida juntos, porque no sabría concebir un futuro sin tu nombre junto al mío.

¿Te casas conmigo?

Declaración de Principios

Sin listones que aprisionen libertades.
Con deliciosa sorpresa al reconocernos en el otro.
Siendo dos, distintos y parecidos.
Cercanos por intuición, juntos por decisión.
Nos arriesgamos desde siempre a esperarnos.
Sin certeza lógica, mas creyendo en arrebatos.
Somos lo que anhelamos, extrañándonos sin decir nombres.
Para soñar a la par, confiar cuando no haya esperanza,
regalarnos silencios, suspirar entre risas, develar misterios,
y crear otros tantos.


Vendimos todo recuerdo de amaneceres pasados.
Compramos la luna para asegurarnos un sitio en el cielo.
Naufragamos en el mar de las certezas sin nombre.
Quemamos las cóncavas naves que nos trajeron del desconsuelo.
Podamos los sarmientos de las dudas, para sólo aguardar la vendimia perpetua.
Abrimos el corazón para saciar la sed de las estrellas.
Libamos el néctar de las catorce azaleas de la ternura.
Nos abrasamos en la forja de los misterios ancestrales.
Leímos los designios labrados en el origen de los tiempos.
Bautizamos, por fin, nuestros más hondos anhelos y nuestras mejores esperanzas.
Pronunciamos a un tiempo las palabras que una vez crearon al mundo.
Tomamos por asalto las últimas ciudadelas que se resistían aún a la conquista.
Aprendimos a creer en las promesas del destino.
Dejamos de soñar, para empezar simplemente a vivir... juntos.

Indeleble

    La tinta se alojaba bajo mi piel casi tan rápido como su mirada se apropió de mi corazón. Punto a punto, la figura estilizada de un nudo celta fue apareciendo en el dedo cordial izquierdo que, como todo mundo sabe, es el que tiene conexión directa con el corazón. Un nudo que simboliza la unión de dos vidas, un nudo que permanecerá atado por siempre, un nudo indeleble, un nudo visible, un nudo a flor de piel, un nudo en cada dedo y un dedo para cada nudo...

    Porque aun los anillos de boda se pierden, se esconden o se venden, optamos por algo permanente; decidimos contar con un estigma que escapara a nuestras decisiones futuras, pues la decisión definitiva, la de vivir juntos por siempre, ya la habíamos tomado...

Hoy, que todas las certezas tienen nombre
y el dolor se ha exiliado para siempre.

Hoy, que la muerte no llega a recuerdo
y la existencia tiene sentido.

Hoy, que nazco en cada verso pronunciado por la luna
para crearte un mundo de papel.

Hoy, que la tierra nos pregunta el secreto de las risas
y la piel nos limita en dos mitades.

Hoy, que la música ha nacido del milagro de los besos
y los sueños son naturaleza viva.

Hoy hemos llenado nuestra piel
con la misma tinta que siempre
ha corrido por las letras, creando universos...

Ángel cayendo

A manera de disculpa...

Un ángel cae,
el barro se desagrega en tierra, en polvo;
la forma huye en prestezas sin nombre.
Las alas rotas miran al cielo y, de paso,
a las manos incapaces de creación.

Caída irremediable,
                              ruptura,
                                          tristeza.
Nada se ha perdido salvo la alquimia
que mantenía unidas las partículas
                                                   en un orden único.

Dos corazones gritan:
uno de rabia,
                    otro de pena.
Y siguen latiendo juntos
en el gran silencio engendrado.

Una lágrima, dos, tres...
curiosos testigos del drama.
Un ángel ha caído
y ya nada será igual.


Los fragmentos se unirán,
la forma será recobrada,
el instante habrá muerto.
Pero la vida que habitaba la roja matriz
                                                            seguirá cayendo.

Caída, por principio, sin fin;
desde hoy hasta el cuándo.
Iniciada en la ruptura,
                                 no la de la forma,
                                                            sí la de la causa...

Sueño roto,
                    ángel roto,
                                      ruido roto.

Mañana habrá que prescindir
de las alas que llegaron sin batirse
para reconquistar al Padre.

Sexto Misterio

Casi una respuesta


Si tus ojos me hablaran de soledades simultáneas
Si pudiera recorrer tu piel hasta desterrar sus secretos
Si el mañana fuera sólo una metáfora del tiempo a compartir
Si tus manos construyeran mis suspiros
Si tu sonrisa me obsequiara con tu vida
Si con un beso aboliéramos el tiempo
Si tu silencio me gritara que me quieres


Cuando esté a tu lado
sabré reconocer a la que me dicta sueños, aún despierto;
a la que me promete el Dulce de sus labios;
a la que me aguarda desde antes de la espera;
a la que me ama, aunque esté a su lado...